viernes, 25 de febrero de 2011


Hace ya algún tiempo que no sé nada de ti, y eso me parte el alma.

Hace ya tanto, que no recuerdo ni siquiera porque dejaste de hablarme, y ahora nos envuelve una distancia que complica aún más las cosas.

Siempre has sido uno de mis grandes apoyos, un hombro en quien llorar, un café, una sonrisa, una risa y una carcajada, porque tú y yo éramos, y estoy segura de que seguimos siendo, capaces de distinguir esas tres cosas, un paseo, una inspiración.

Gracias a ti me he hecho fuerte, he descubierto que cuando peleas por conseguir algo, cuando llegas a alcanzarlo, vale mil veces más de lo que pensabas, pues detrás de ese algo está todo tu esfuerzo, me has enseñado que nunca hay que rendirse, que está permitido caerse, pero que levantarse es obligatorio, y en muchas de mis caídas ahí estabas tú tendiéndome la mano, siendo mi apoyo, y con una sonrisa en la cara para que levantarme y continuar caminando, por un camino que a veces no era precisamente fácil, se hiciera mucho más llevadero.

Pero quizá lo que más agradezco, aunque en su momento no haya sabido verlo, han sido tus riñas, porque gracias a ellas hoy, en mayor o menor medida, soy lo que soy, tengo unos valores, y eso no me lo puede quitar nadie.

Me has escuchado en tantas ocasiones, hemos mantenido increíbles conversaciones juntos, porque si algo hay entre nosotros dos, es sin duda esa complicidad tan nuestra, supongo que fruto de nuestros tan similares caracteres que en muchas ocasiones nos han llevado, como en esta, a pelear, por cosas que a veces eran muy absurdas, y otras no tanto.

Dicen que los opuestos se atraen, y según las leyes de la física es así, ¿pues sabes?, tú y yo somos la excepción que confirma la regla, somos tan iguales…
Y podría estar escribiendo páginas y páginas enteras dedicadas a ti, pero decido ya terminar, cerrar el sobre y enviarte la carta.

Te echo de menos.



Para ti, que no sabes nada.

domingo, 13 de febrero de 2011

la más dulce de las putas


-Mírate, mirándola como un idiota-

Realmente era así, la miraba como si fuera la primera mujer a la que veía en mi vida.

Y allí estaba ella, sentada en un alto taburete, el maquillaje de sus labios había desaparecido ya de tantos hombres besar, pero quedaba patente que en algún momento de la noche fueron carmín, sostenía en su mano derecha un cigarrillo a medio consumir, y su mirada estaba perdida en el humo que fluía de su boca.

La ligereza de su ropa dejaba al descubierto los muchos trabajos que hacía cada noche, desnudarse siempre es más fácil cuando llevas poca ropa, pero curiosamente, no me fijaba en su cuerpo, mis ojos no se paraban en su carne.

Su pelo era tan oscuro como la noche que nos envolvía, pero en él no había luna, no había estrellas.

Allí estaba ella, esperando que algún hombre se acercará a poseerla como tanto otros habían hecho antes, una vez tras otra, noche tras noche, me tentó la idea de acercarme y ser yo ese hombre que esperaba, ser yo quien la poseyera, ser uno de tantos, pero allí estaba, mirándola.

Y allí me quedé, mirando como otro caballero, si así se nos podía llamar, la tocaba en el hombro y la hacía volver de sus pensamientos, apartar la vista del humo, para llevarla donde yo no podía ver, pero si saber, que él si miraba su cuerpo, el sí miraba sus carnes y teniendo prácticamente la certeza de que no se había fijado que en la noche de su pelo, no había luna, ni estrellas.

No sentí celos, no sentí rabia, simplemente, no sentí.

Me levanté de la silla, le di un último trago a la copa, me puse el sombrero y di media vuelta.

-¿A dónde vas?, te han quitado tu presa y ya te retiras, no tendrías que haberla desnudado con la mirada sino con tus manos-

No me importo que se rieran, pues lo único que me lleve aquella noche a la cama fue el pensamiento de que ella estaría en otra con un desconocido, y la convicción de que si aquel hombre fuera yo, tampoco dejaría de ser un desconocido para ella, uno más al que hacerse creer especial, gemir, y disfrutar, gracias a una escasa y fingida media hora. ¿Y qué me quedaría después de eso? ¿Volver una noche tras otra, para creer durante unos minutos que es mía? ¿Para después regresar a la cruel realidad y saber que, no es mía, no es suya, para saber que es una mujer de nadie, que es una mujer de todos?

Y así reflexionando pase la noche, hasta que llegué a la más real y dura respuesta a todas mis preguntas, llegué a la conclusión de que muy a mi pesar, me gustase o no, ella no dejaría de ser una puta.

Nunca volví, porque a pesar de desear con todo mi corazón volver a verla, volver a tenerla delante, no podría haber visto cada noche como sucios borrachos, hombres de dinero y negocios con esposa e hijos esperando en casa la hacían suya, fue entonces cuando supe lo que era el amor, yo, que tantas mujeres como ella había tomado a lo largo de mi vida, yo que dedicaba mis noches a alternar burdeles y perdía la razón del tiempo bañando los minutos en una copa de alcohol, me había enamorado de la más dulce de las putas.

No voy a mentir, no voy a decir que enamorarme de una ramera me cambiara la vida, porque no fue así, pasé el resto de mis días, el resto de mis noches buscándola en sucias y baratas concubinas, y a pesar de intentarlo, ninguna me hizo olvidar a la que para mí fue la más dulce de las putas.

miércoles, 9 de febrero de 2011


Cuenta una leyenda, que el cielo estaba gobernado por el rey sol.

Todos le adoraban. Las nubes le abrigaban y ocultaban cuando hacia frio, tejían un trono algodonado para sostenerle cuando se encontraba cansado, y lloraban cuando él no salía. Las plantas florecían cuando se encontraba brillando en lo alto, y las familias, los amantes y los ancianos y niños, salían a pasear y a disfrutar del calor que gracias a poder emanaba.

Pero tras un día agotador todos tenemos que descansar y cuando el rey sol desaparecía por el horizonte llegaba la noche.

Las nubes apenas se veían, las plantas callaban y guardaban sus flores hasta la nueva llegada del sol, las familias, los amantes, los ancianos y niños, ya no estaban en las calles, sino en sus casas, y nadie había caído en la presencia de alguien, que desde lo alto, les miraba.

La luna estaba triste, pues a pesar de intentarlo, no podía calentar a la gente, ni iluminar la bóveda celeste, su poder era mucho más pequeño que el del rey Sol, apenas un halo brillante.

Noche tras noche, la luna esperaba a que alguien mirara arriba y cayera en la cuenta, de que ella velaba sus sueños.

Pasaron siglos, pero ella seguía igual de sola cada noche, observando desde arriba como cada persona, desde su cama, soñaba.

Una noche, desde lo más alto se dio cuenta, alguien la miraba.

Una pequeña niña, sentada en su cama, la estaba observando a través del cristal. Su nombre era Ana.

Luna había velado muchos de sus sueños, pero está noche, no dormía, esta noche, no soñaba.

Ana tenía los ojos fijos en Luna y de repente, sin que luna esperara nada comenzó a cantar:
¡Ay! lunita regordita,
Que la espuma de tu luz
Bañe mis noches.
Luna lunera cascabelera.

Y cuenta la leyenda que Luna se sintió tan alagada que, gracias a Ana, nunca más se sintió sola, pues sabía que alguien se había fijado en su pequeño resplandor, y desde entonces continúa vigilando nuestros sueños desde el nocturno y oscuro firmamento.

jueves, 3 de febrero de 2011

infidelidad


No sé si fue la música que sonaba, los 3 Martini que había bebido, o el verde de tus ojos que me miraban fijamente, lo que sí que sé, es que no debía haber acudido a aquella cita.
Lo supe tan pronto colgué el teléfono tras decirte que iría, en el fondo que más daba, éramos amigos ¿no?, intenté convencerme, habíamos quedado otras veces, no había nada distinto en esta.
Mentía, y lo supe cuando me encontré probándome medio armario. Nunca antes había tenido problemas con esto, una camiseta, un vaquero, unas botas, un bonito pañuelo y a la calle, dispuesta a pasar la tarde con un buen amigo, algo pasaba, lo sabía yo, y lo sabías tú.
Y allí estábamos ahora, yo achispada y tu riendo, yo perdida en tu ojos y tú, tú perdido en mi cuerpo.
Quería salir de allí, salir corriendo, huir, no podía hacer lo que estaba haciendo, no podía mirarte así, no podía hablarte así, no podía desearte así.
Pero lo hacía te miraba para guardar el momento en mi recuerdo para siempre, no hablaba contigo, coqueteaba y sí, te estaba deseando.
No sé si lo leíste en mi cara, o si directamente lo dije, creo que podría haber dicho cualquier cosa esa noche, y nos besamos, nos besamos como hacía tiempo que no besaba a nadie, con amor, deseo, y toda la dulzura del mundo.
Y aquí estoy hoy sentada, pensando en lo sucedido esa noche, y reviviendo cada momento en mi mente, me gustaría llamarte, escribirte, saber qué estás pensando, que piensas hacer, y…no puedo, alguien a mi lado me coge de la mano.
Sabe que estoy con él, pero no en qué estoy pensando.