sábado, 30 de abril de 2011

los cinco sentidos






Paseo por tus cinco sentidos con los míos.

Primero, lo que más me llama la atención de ti, tu mirada.

A veces pérdida en la nada, pensativa, triste, callada, no dice nada; otras veces encontrada en la mía, cercana, amable, silenciosa narradora…

Te miro, me miras.

La vista.

Y si cierro ahora los ojos, continúo mi viaje.

Eres el tarareo de una muñeira, el sonido de unos pies que se arrastran para conseguir dar pequeños e inseguros pasos que se ayudan de un bastón para seguir adelante.

Hace tiempo que escuchas en silencio, como si fuera la primera vez que lo haces, el televisor, la radio, música, e historias que has oído ya mil veces.

Te escucho, me escuchas.

El oído.

No quiero abrir los ojos aún, no me hace falta.

Hace poco has estado en la butaca.

Huele a laca, y si vuelvo a inspirar compruebo que todavía permanece ese leve aroma a naftalina tan característico de tu ropa.

Antes de salir, paso por la cocina a despedirme te doy un beso y no puedes evitar oler mi pañuelo, a pesar de ser la colonia de siempre dices que te gusta.

Te huelo, me hueles.

El olfato.

En casa tenemos una estupenda cocinera, y puede que con los años perdamos oído, vista y un poco el sentido, pero continuamos disfrutando de cada bocado, pues el sabor de cada uno de ellos es diferente, nosotros conocemos todos los matices.
Saboreo, saboreas.

El gusto.

Y llego al final de mi paseo, no es casualidad que esta sea la última parada.
Antes de irme te abrazo, tu chaqueta de algodón está mullida, toco con mi piel tu tejido.

Te beso la mejilla y compruebo que a pesar de las arrugas tu rostro sigue tan suave como siempre, toco mis labios con tu piel.

Y por último mientras te beso, te acaricio la otra mejilla, toco mi piel con la tuya.
Como ya he dicho, no es casualidad que esta sea la última parada, pues es la más completa, no es solo tocar, es sentir…

Te siento, me sientes.

El tacto.




Para ti, que haces valorar las pequeñas cosas como el tacto de una chaqueta de algodón.

lunes, 11 de abril de 2011

"Un peculiar pediatra"



El abuelo viene a visitarnos cada domingo.

No ha faltado ninguno desde que tengo memoria.

Pocos minutos después de terminar la comida, mientras mamá y yo recogemos la mesa, papá fuma en su pipa mientras comenta las noticias del diario, y Olga juega con Marta, su muñeca de trapo favorita, sentada en la alfombra a sus pies.

Suena el timbre, todos sabemos quién es, pero ella, siempre pega un salto y se dirige corriendo a la puerta a recibir al abuelo con un fuerte abrazo.

Pero esta vez se ha quedado allí, sentada, no se ha puesto en pie y mira triste a su muñeca.

El abuelo es el típico anciano de pelo cano, cara redonda y gafas esféricas de montura metálica que te cruzas por la calle y en el que no reparas lo más mínimo, pero eso es porque no le conoces.

Toda su vida la ha dedicado a los niños, como él suele decir, es “un peculiar pediatra”.

El abuelo no ha estudiado medicina, ni ninguna de sus ramas, de echo el abuelo no ha estudiado nada, pero ha conseguido hacer sonreír a montones de niños a lo largo de su vida, el abuelo fabricaba juguetes.

Traía al mundo locomotoras eléctricas, barcos de vapor y preciosas muñecas de mejillas sonrosadas, consiguiendo con ellos una sonrisa en el rostro de cada niño, y como él siempre dice, “no hay medicina que cure mejor que una buena sonrisa”.

El abuelo ha entrado en el salón y se ha sentado en la misma butaca de siempre, desde la cual le cuenta algunas historietas improvisadas a Olga, que se sienta en el suelo y le observa maravillada con su elocuencia.

Pero esta vez Olga ha permanecido en la alfombra, próxima a los pies de papá y continuaba mirando tristemente a su muñeca.

-¿Olga no vas a venir a saludar a tu abuelo?- ha preguntado este desde la butaca.

- Hoy no puedo abuelo- ha contestado ella muy seria.

-¿y que hay tan importante que te impida saludarme?-

- Pues es que…Marta está malita- ha contestado al borde de las lágrimas.

- ¡Oh, vaya por dios! ¿Y qué es lo que le sucede?- ha preguntado el abuelo seriamente.

- Pues… ha sido todo un accidente-

- ¿Un accidente?-

Olga se puso a llorar y el abuelo continúo preguntando.

-¿Qué tipo de accidente? ¿Por qué no se lo cuentas a tu abuelo?-

-Pues esta mañana cuando nos hemos levantado, se le ha quedado el brazo enganchado en las sabanas, ¡es que es muy perezosa y quería seguir durmiendo! Yo he tirado un poco para ver si conseguía despertarla y…..se le ha roto el brazo-

-Bueno, creo que eso tiene fácil solución, o es que acaso no recuerdas que tu abuelo es “un peculiar pediatra”- Entonces me ha mirado, y guiñándome un ojo añadió- Cristina, ¿por qué no me traes el maletín de las operaciones?

Así que abrí uno de los cajones del mueble del salón y saqué el costurero para dárselo al abuelo.

-Muy bien, comencemos- a dicho él.

Sacó hilo y enhebró la aguja, y poco a poco fue cosiendo el brazo de Marta, mientras Olga se tapaba los ojos con las manos para no ver nada.

-Ya está, creo que hemos terminado la operación, todo ha salido correctamente- añadió a los pocos minutos.

Olga se destapó los ojos y allí estaba Marta como nueva, sonriendo desde los brazos del abuelo. Se puso en pie y corriendo se lanzó a sus brazos.

-¡Gracias abuelo eres el mejor doctor del mundo!-

Todos reímos, el abuelo me miró y me guiñó de nuevo un ojo, y es que Olga tenía razón, el abuelo era el mejor “peculiar pediatra” del mundo.

sábado, 9 de abril de 2011

Hasta pronto



No pude conocerte mucho. Sé que no fue por ti, y espero que sepas que no fue por mí, fueron las circunstancias que envolvieron nuestra relación.

Tengo vagos recuerdos, borrosas imágenes, ligeros aromas y sordos sonidos de lo que eras.

Ahora que he visto tantos años de mi vida pasar por delante me doy cuenta, de que me gustaría haberte conocido más, haber podido disfrutar un poquito más de ti, y sé que a él también, no sabes lo mucho que se parece a ti.

Él es, el mejor regalo que has podido hacerme, claro que también fue el único.

Me da pena no escuchar hablar de ti, me gustaría saber más, pero creo que aún queda mucho dolor en tu partida, creo que queda mucho dolor en tu recuerdo, pero sé que él sí piensa en ti.

Cuando te fuiste, todo pasó muy rápido, todos pensamos que era otra de esas tantas veces que habías amenazado con marcharte, pero no fue así, esa vez sí que te fuiste.
Entonces me invadió una nube de sentimientos, lastima, dolor, y rabia, mucha rabia, porque no me dijiste adiós, porque no te pude decir adiós.

Y ahora que ha pasado el tiempo, ¿Quién me lo iba a decir?, he vuelto a pensar en ti, y me he decidido a escribirte en algunas líneas, lo que entonces no te dije.
Que a pesar de todo, sentí tu marcha, que a pesar de todo llore, porque a pesar de todo, te quería.

Supongo que donde te hayan llevado tus pasos estarás bien, y tengo la certeza de que cuidas de él, de que cuidas de nosotros.

Así que ya me despido, pero no con el adiós que en su día quise decirte, si no con un Hasta Pronto…

domingo, 3 de abril de 2011

Sombrero de copa


- Ya iba siendo hora – dijo examinándome cuando entre en el salón.

Yo no pude más que quitarme el sombrero de copa y los guantes, colocarlos en la mesita que estaba próxima a la puerta y empezó a hablar.

- Realmente querida, ¿crees necesario llevar esos sombreros?, sinceramente lo considero una provocación, la sociedad, aún no está preparada para mujeres como tu ¿no puedes llevar un tocado, o pamelas como todas las señoritas?-

Estaba más que cansada de todas sus reprimendas, de que quisiera cambiar el modo que yo tenía de ser, los escotes no eran nunca suficientemente altos, ni las faldas lo suficientemente bajas, el sombrero de copa en una dama era provocador para la sociedad, y mi manera de quitarme los guantes dejaba poco a la imaginación…

Solo pude echarme a reír.

- Querido, ¿no puedes dejar esas nimiedades a un lado y disfrutar de mí?, son muchos los hombres que me desean, deberías de sentirte afortunado de tener una mujer como yo a tu lado – tras decir eso le sonreí.

- Hasta tu manera de sonreír es provocadora- me agarró por la cintura y me pegó a su cuerpo.

Me besó, como siempre, me besó como nunca, no sé cómo lo hacía pero conseguía que mis vestidos se cayeran “solos”.

Estaba acostumbrado a la ausencia del corsé, aunque en su momento también le había costado bastante asumir que por mucho que me lo sugiriera no iba a usarlo.

Así que allí estábamos, en el salón, rodeados de imágenes de antepasados que nos miraban con reprobación, poco nos importaba, la verdad es que cuando estábamos solos, nada nos importaba, un extraño silencio nos rodeaba, pero es que, no hay conversación más interesante que la de dos amantes que se miran en silencio, y entonces fue cuando lo dijo.

- Ponte el sombrero de copa -

Y creo que fue una de las pocas veces que hice caso a una de sus sugerencias, quizá, por el modo de decirlo.

Me acerqué a la mesita donde estaban el sombrero y los guantes, lo cogí y me lo vestí. Zapatos de tacón, medias, liguero y…sombrero de copa.

Me miró y añadió:

- No sé a dónde vamos … –

Lo dijo mirándome, tan serio, tan frio, que yo también me quedé helada, lo dijo como si después de tanto tiempo se estuviera planteando lo que había entre nosotros, y se me hizo un nudo en la garganta. Se hizo un silencio, volvió a acercase.

- Lo único que sé es que voy contigo -

Volvió a besarme.

Y las palabras se perdieron en el aire, todo se perdió en el aire, todo menos el sombrero de copa.